"Se le acercaban todos los
publicanos y pecadores para oírle. Pero los fariseos y los escribas murmuraban
diciendo: Este recibe a los pecadores y come con ellos. Entonces les propuso
esta parábola: ¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja
las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se perdió hasta
encontrarla? Y, cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso y, al
llegar a casa, convoca a los amigos y vecinos y les dice: Alegraos conmigo,
porque he encontrado la oveja que se me perdió. Os digo que, del mismo modo,
habrá en el Cielo mayor alegría por un pecador que hace penitencia que por
noventa y nueve justos que no la necesitan".
La casa sobre la roca (Mt 7,21.24-27)
El amigo inoportuno (Lc 11,1-13)
“Y sucedió
que, estando Jesús en oración en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de
sus discípulos: Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos. Él
les dijo: Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu
Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados
porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer
en tentación. Les dijo también: Si uno de vosotros tiene un amigo y, acudiendo
a él a medianoche, le dice: Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de
viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle, y aquél, desde dentro,
le responde: No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo
estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos, os aseguro, que si no se
levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad,
y le dará cuanto necesite. Yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis;
llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y
al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le
pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da
un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a
vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que
se lo pidan!”.
“No todo el que me diga: Señor, Señor,
entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre
celestial. Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en
práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la
lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra
aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el
que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre
insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los
torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue
grande su ruina”.
El sembrador (Mt 13,1-9)
“Aquel día salió Jesús de casa y se
sentó a la orilla del mar. Se reunió junto a Él tal multitud que hubo de subir
a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la orilla. Y
se puso a hablarles muchas cosas en parábolas, diciendo: He aquí que salió el
sembrador a sembrar. Y al echar la semilla, parte cayó junto al camino y
vinieron los pájaros y se la comieron. Parte cayó en terreno rocoso, donde no
había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el
sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos;
crecieron los espinos y la sofocaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y
dio fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. El que tenga
oídos, que oiga”.
El fariseo y el publicano (Lc 19,9-14)
“Dijo también esta parábola a algunos
que confiaban en sí mismos teniéndose por justos y despreciaban a los demás:
Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo, y el otro publicano.
El fariseo, quedándose de pie, oraba para sus adentros: Oh Dios, te doy gracias
porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni como
ese publicano. Ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de todo lo que poseo.
Pero el publicano, quedándose lejos, ni siquiera se atrevía a levantar sus ojos
al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios ten compasión de mí
que soy un pecador. Os digo que éste bajó justificado a su casa, y aquél no.
Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será
ensalzado”.
Los talentos (Mt 25,14-30)
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos esta parábola: Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus
siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a
otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó. Enseguida, el que había
recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco.
Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que había
recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor.
Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas
con ellos. Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros
cinco, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco
que he ganado. Su señor le dijo: ¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has
sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.
Llegándose también el de los dos talentos dijo: Señor, dos talentos me
entregaste; aquí tienes otros dos que he ganado. Su señor le dijo: ¡Bien,
siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te
pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegándose también el que había recibido
un talento dijo: Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no
sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí
en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo. Mas su señor le
respondió: Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y
recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros,
y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por
tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos. Porque a todo el
que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se
le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será
el llanto y el rechinar de dientes”.
El siervo sin entrañas (Mt 18,21-35)
“En aquel tiempo, acercándose Pedro a
Jesús le preguntó: Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me
haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Jesús le dijo: No te digo hasta siete
veces, sino hasta setenta veces siete. Y les propuso esta parábola: el Reino de
los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al
empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como
no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus
hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus
pies, y postrado le decía: Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré. Movido
a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la
deuda. Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que
le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: Paga lo que debes.
Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: Ten paciencia conmigo, que ya
te pagaré. Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que
pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron
mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó
llamar y le dijo: Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque
me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo
modo que yo me compadecí de ti? Y encolerizado su señor, le entregó a los
verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi
Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano”.
El tesoro escondido (Mt 13,44-52)
“El Reino de los Cielos es semejante
a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a
esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el
campo aquel. También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda
buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo
lo que tiene y la compra. También es semejante el Reino de los Cielos a una red
que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la
sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los
malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los
malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el
llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto? Dícenle: Sí. Y él
les dijo: Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos
es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo”.
El hijo pródigo (Lc 15,11,32)
“Un hombre tenía dos hijos. El más
joven de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me
corresponde. Y les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo más
joven, reuniéndolo todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna
viviendo lujuriosamente. Después de gastar todo, hubo una gran hambre en
aquella región y él empezó a pasar necesidad. Fue y se puso a servir a un
hombre de aquella región, el cual lo mandó a sus tierras a guardar cerdos; le
entraban ganas de saciarse con las algarrobas que comían los cerdos; y nadie se
las daba. Recapacitando, se dijo: ¡cuántos jornaleros de mi padre tienen pan
abundante mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y
le diré: padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser
llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. Y levantándose se puso
en camino hacia la casa de su padre.
Cuando aún estaba lejos, lo vio su
padre y se compadeció; y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y lo
cubrió de besos. Comenzó a decirle el hijo: Padre, he pecado contra el Cielo y
contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus
criados: pronto, sacad el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano
y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a
celebrarlo con un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la
vida, estaba perdido y ha sido encontrado. Y se pusieron a celebrarlo.
El hijo mayor estaba en el campo; al
volver y acercarse a casa oyó la música y los cantos y, llamando a uno de los
criados, le preguntó qué pasaba. Este le dijo: Ha llegado tu hermano, y tu
padre ha matado el ternero cebado por haberle recobrado sano. Se indignó y no
quería entrar, pero su padre salió a convencerlo. El replicó a su padre: Mira
cuántos años hace que te sirvo sin desobedecer ninguna orden tuya, y nunca me
has dado ni un cabrito para divertirme con mis amigos. Pero en cuanto ha venido
este hijo tuyo que devoró tu fortuna con meretrices, has hecho matar para él el
ternero cebado. Pero él respondió: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo
mío es tuyo; pero había que celebrarlo y alegrarse, porque ese hermano tuyo
estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado".
La moneda perdida (Lc 15,8-10)
“Y les dijo también: Si una mujer
tiene diez monedas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y
busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas
y vecinas, y les dice: Alégrense conmigo, porque encontré la moneda que se me
había perdido”.
El buen samaritano (Lc 10,25-37)
“Se levantó un legista, y dijo para
ponerle a prueba: Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?
Él le dijo: ¿Qué está escrito en la
Ley? ¿Cómo lees? Respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a
ti mismo. Díjole entonces: Bien has respondido. Haz eso y vivirás. Pero él,
queriendo justificarse, dijo a Jesús: Y ¿quién es mi prójimo? Jesús respondió: Bajaba
un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después
de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente,
bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo,
un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano
que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose,
vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia
cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos
denarios, se los dio al posadero y dijo: Cuida de él y, si gastas algo más, te
lo pagaré cuando vuelva. ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que
cayó en manos de los salteadores? Él dijo: El que practicó la misericordia con
él. Jesús le dijo: Vete y haz tú lo mismo”.
Los trabajadores de la viña (Mt 20,1-16)
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un propietario que
al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con
ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media
mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: Id también
vosotros a mi viña y os pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió al caer la tarde
y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero
sin trabajar? Le respondieron: Nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también
vosotros a mi viña.
Cuando oscureció, el dueño dijo al
capataz: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos
y acabando por los primeros.
Vinieron los del atardecer y
recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que
recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se
pusieron a protestar contra el amo: Estos últimos han trabajado sólo una hora y
los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el
bochorno.
Él replicó a uno de ellos: Amigo, no
te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y
vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para
hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy
bueno?
Así, los últimos serán los primeros y
los primeros los últimos”.
Los invitados que se excusan (Lc 14,15-24)
“Habiendo oído esto, uno de los
comensales le dijo: ¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios! Él le
respondió: Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena
envió a su siervo a decir a los invitados: Venid, que ya está todo preparado.
Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: He comprado un
campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses. Y otro dijo: He comprado
cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses. Otro dijo: Me
he casado, y por eso no puedo ir. Regresó el siervo y se lo contó a su señor.
Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo: Sal en seguida a las
plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y
ciegos y cojos. Dijo el siervo: Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía
hay sitio. Dijo el señor al siervo: Sal a los caminos y cercas, y obliga a
entrar hasta que se llene mi casa." Porque os digo que ninguno de aquellos
invitados probará mi cena”.