Abraham obedeció sin pensar aquello que Dios le pedía.
Subió a la montaña, construyó un altar y puso encima a su hijo. Ya tenía el brazo con el puñal en alto, cuando un ángel lo detuvo: "¡Abraham!, no hagas nada al muchacho. Dios ha comprobado que le obedeces de verdad". Y le mostró un carnero para el sacrificio.
Entonces Dios prometió de nuevo a Abraham una gran descendencia: "Como las estrellas del cielo y como la arena de la playa".
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"El sacrificio de Isaac", Andrea del Sarto |